Coronado de gloria: ¿qué secreto escondía el sable de San Martín?

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Era un arma sencilla: empuñadora de ébano y hoja de acero centenario, sin arabescos ni ornamentos llamativos. Pero estaba destinada a coronarse de gloria. El sable corvo que José de San Martín compró en Londres en 1811 tuvo su bautismo de fuego en San Lorenzo y acompañó al Libertador en todas las batallas por la independencia.

Después de ser legado a Juan Manuel de Rosas, en 1963 un militante peronista lo robó del Museo Histórico Nacional “para levantar el ánimo” del movimiento, hasta que el Estado lo recuperó definitivamente en 1966, cuando el presidente de facto Juan Carlos Onganía la envió al Regimiento de Granaderos a Caballo.

Aquel año alguien hizo una pregunta sagaz: ¿Había estudios científicos sobre el sable? Le dijeron que no. Un siglo y medio después, el arma más emblemática de la historia argentina todavía guardaba secretos. Un peritaje de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) develaría las propiedades de la hoja. Como la técnica habitual de extracción no podía aplicarse sin dañar la pieza, los expertos del Laboratorio de Metalografía se propusieron apelar a una alternativa no destructiva: pulirían la zona a examinar y la pintarían con un barniz que, al secarse, formaría una película para replicar su estructura.

La hoja libertadora

No necesitaron completar el estudio para llevarse una sorpresa. “Cuando procedíamos al ataque metalográfico, antes de pintar con el barniz, apareció algo insólito”, recuerda el ingeniero químico Daniel Vassallo, ex jefe del Departamento de Materiales de la CNEA en las Hojitas de Conocimiento que publica el organismo.

En vez de la opacidad uniforme que hubieran esperado del acero común, vieron aparecer bandas claras y oscuras alternadas. “Esto nos desconcertó, pero enseguida reaccionamos, porque asociamos esas bandas a las que presenta el acero de Damasco”, explica. Fabricado con mayor contenido de carbono, ese material “genera las bandas onduladas de rara belleza, uno de los motivos por los cuales estas armas son tan apreciadas”.

Los peritos buscaban una estructura y encontraron un origen legendario. El sable había develado su último secreto: “No había sido fabricado en Inglaterra, como se suponía, sino que era un auténtico shamsir, el sable persa por excelencia, cuya traducción significa curvado como la garra de un león. Vassallo recuerda que, como los sables japoneses, los árabes representan una cumbre de la metalurgia pre-científica.

En Europa, muy poco antes de que el General San Martín decidiera regresar a América, comenzaron a conocerse y valorarse las virtudes de estas armas: resistencia, belleza y filo legendarios. El Héroe, que regresaba a su tierra natal para hacer realidad el sueño de la gesta emancipadora, quiso que lo acompañara a alumbrar esa hazaña un arma tan excepcional como la grandeza de su sueño.

FUENTE: DIARIO ÉPOCA

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