Hace 20 años, cinco compatriotas morían en el peor atentado de la historia. Sus familiares cuentan detalles hasta hoy desconocidos de sus vidas y qué sucedió con ellos antes y después del impacto de los aviones en el World Trade Center. Además, el relato de quienes pudieron escapar de esa locura y de una voluntaria que estuvo los días posteriores en el Ground Zero.
El mundo perdió la inocencia exactamente a las 9.02 de la mañana del 11 de septiembre de 2001.
Justo antes de esa hora, la humanidad miraba por televisión el fuego y el humo que había provocado la explosión del vuelo 11 de American Airlines al estrellarse, a las 8.46, entre los pisos 94 y 98 de la Torre Norte del World Trade Center de Nueva York. A bordo llevaba a 92 personas.
Pegados a la pantalla, hasta ese momento casi todos presumían un accidente. Terrible, pero accidente al fin.
En el piso 97, Guillermo Chalcoff, de 40 años y desarrollador de software, iniciaba su día en la compañía de seguros March & McLennan, donde trabajaba como personal contratado. Había llegado a los Estados Unidos en 1985 desde Buenos Aires, donde vivía junto a su padre y su hermana en un departamento de Barrio Norte. Su mamá había fallecido cuando ellos eran chicos. Después que se recibió en la UBA y se casó, el suegro de Guillermo -que tenía oficinas en Nueva York- le ofreció emigrar. En aquel tiempo –recuerda su hermana Mariana a Infobae– “en nuestro país su especialidad no tenía mucho campo de acción”. La mujer, dos años menor que él, cuenta que una vez instalado con su esposa e hijos trabajó “mucho y por dos mangos los primeros años, hasta que consiguió la Green Card y la ciudadanía norteamericana un año antes del atentado. Eso le abrió un mundo de posibilidades”. Guillermo, que vivía en Long Island, no tuvo tiempo para nada, ni para un llamado de despedida. Murió en el acto por el estallido del avión.
En Windows of the World, un salón de eventos y restaurante que funcionaba en el piso 106 de la misma torre, Gabriela Waisman, que tenía 33 años, ayudaba a una compañera de trabajo a preparar un trade show sobre tecnología de información que su empresa, Sybase, comenzaría esa misma tarde. Nacida en Buenos Aires, había emigrado a los Estados Unidos con sus padres, Armando y Martha y su hermana Andrea en 1974. Tenía 6 años cuando dejó su hogar en Oroño al 1200, en el barrio de Caballito. Los cuatro se instalaron en Queens. Había estudiado psicología en el Queen’s College y vivía a 40 minutos en automóvil de su trabajo, ubicado a 9 cuadras de las Torres. Estaba feliz: hacía poco la habían ascendido, y ese fin de semana había comprado en Macy ‘s de Manhattan tres trajes para lucir el martes 11. El impacto del avión había sido unos diez pisos más abajo. No podía escapar.
Andrea Waisman es la hermana mayor de Gabriela. Le llevaba 15 meses. Estaba en su casa con su esposo, su hijo Harrison (hoy tiene dos más) y sus padres, ya que Armando se había operado del corazón dos semanas atrás. Ella es abogada y esa mañana debía ir a la Corte en Long Island, cerca de donde vive. “Tenía planeado ir después para el lado del World Trade Center y de ahí a mi oficina -le dijo a Infobae-. De repente sonó el teléfono y era mi hermana. Me dijo que estaba en Manhattan, que escuchó una explosión y que algo pasaba en el edificio donde estaba. Le pregunté dónde era y me dijo en el WTC, ayudando a una amiga. Entonces se me ocurrió prender la televisión, imaginé que si sucedía algo lo iban a dar. Y estaba en todos los canales. Mi hermana me volvió a llamar entre 10 y 12 veces, porque se entrecortaba. Cuando volvimos a hablar yo ya sabía lo que pasaba. Le avisé que el ruido que había escuchado era el avión que había chocado”.
En el piso 97, Guillermo Chalcoff, de 40 años y desarrollador de software, iniciaba su día en la compañía de seguros March & McLennan, donde trabajaba como personal contratado. Había llegado a los Estados Unidos en 1985 desde Buenos Aires, donde vivía junto a su padre y su hermana en un departamento de Barrio Norte. Su mamá había fallecido cuando ellos eran chicos. Después que se recibió en la UBA y se casó, el suegro de Guillermo -que tenía oficinas en Nueva York- le ofreció emigrar. En aquel tiempo –recuerda su hermana Mariana a Infobae– “en nuestro país su especialidad no tenía mucho campo de acción”. La mujer, dos años menor que él, cuenta que una vez instalado con su esposa e hijos trabajó “mucho y por dos mangos los primeros años, hasta que consiguió la Green Card y la ciudadanía norteamericana un año antes del atentado. Eso le abrió un mundo de posibilidades”. Guillermo, que vivía en Long Island, no tuvo tiempo para nada, ni para un llamado de despedida. Murió en el acto por el estallido del avión.
Andrea Waisman es la hermana mayor de Gabriela. Le llevaba 15 meses. Estaba en su casa con su esposo, su hijo Harrison (hoy tiene dos más) y sus padres, ya que Armando se había operado del corazón dos semanas atrás. Ella es abogada y esa mañana debía ir a la Corte en Long Island, cerca de donde vive. “Tenía planeado ir después para el lado del World Trade Center y de ahí a mi oficina -le dijo a Infobae-. De repente sonó el teléfono y era mi hermana. Me dijo que estaba en Manhattan, que escuchó una explosión y que algo pasaba en el edificio donde estaba. Le pregunté dónde era y me dijo en el WTC, ayudando a una amiga. Entonces se me ocurrió prender la televisión, imaginé que si sucedía algo lo iban a dar. Y estaba en todos los canales. Mi hermana me volvió a llamar entre 10 y 12 veces, porque se entrecortaba. Cuando volvimos a hablar yo ya sabía lo que pasaba. Le avisé que el ruido que había escuchado era el avión que había chocado”.
Un piso más abajo que Gabriela se encontraba Pedro Grehan, otro argentino. Tenía 35 años y era broker de la consultora financiera Cantor Fitzgerald. De San Isidro, hizo la primaria en el colegio San Juan el Precursor, la secundaria en el Marín, se había casado con Victoria Blaksley, era padre de tres (Camila, Patricio y Sofía), había jugado unos minutos al rugby en la primera del CASI en 1996 y ese mismo año, después de trabajar en Young & Rubicam y Consultatio, le llegó una oferta para hacerlo en Nueva York. Así que dejaron su casa en Pacheco y se mudaron a Nueva Jersey. Juan -uno de sus 9 hermanos entonces (hoy son 7)- habló con este medio y contó que “él había estado en Argentina hasta el 25 de agosto porque habían operado a nuestro padre y su esposa e hijas estaban acá. Volvieron los cuatro a Estados Unidos en esa fecha”.
A las 8.45, Pedro hablaba por teléfono con Matías Ferrari, un amigo: “Ya terminé el laburo que tenía que presentar. Vine bien temprano. Ahora estoy tranquilo… La semana pasada hice un curso: pasé de los bonos a la canasta de monedas, me mudaron de oficina pero no de piso… ¡Uy! ¡Hubo una explosión! No sé qué pasa, pero todo el mundo corre. Te corto, esto es un quilombo. Hablamos…”. Grehan, que según su hermano era “impulsivo, en el sentido que iba a ayudar al que pudiera”, buscó una salida. Tiempo después, su familia descubriría qué hizo…
En la casa de Andrea Waisman, todos miraban el televisor cuando el segundo avión se estrelló. “Les tuve que contar a mis padres que Gabriela estaba ahí. Estaban inconsolables. Nos dimos cuenta, creo que como todo el mundo, que era obra del terrorismo. Mi hermana estaba muy angustiada, decía que no podía respirar, que había mucho humo, que le faltaba el aire. Tratamos de darle consejos que no sirvieron para nada. Le dijimos que se mantenga en el piso para evitar el humo, que intente bajar. Pero nos respondió que las puertas estaban cerradas”.
Tres minutos después del segundo impacto, en el Ladder 132, el cuartel de bomberos rescatistas ubicado en el número 489 de St. John ‘s Place del barrio Prospect Heights de Brooklyn, dieron la orden de partir hacia las Torres. Sergio Villanueva, de 33 años, terminaba de cubrir su turno de 24 horas, pero se trepó a la autobomba -un camión Seagrave-, salieron por la puerta roja que lleva inscripta la frase “In the eye of the storm” (“En el ojo de la tormenta”) y a toda velocidad recorrieron los siete kilómetros que los separaban del lugar de la tragedia. Fueron la cuarta compañía en llegar a la Torre Norte. Luego los derivaron a la Torre Sur.
Sergio había nacido en Bahía Blanca un 4 de julio, precisamente el día de la Independencia norteamericana. En 1969, cuando tenía un año, su papá había viajado a los Estados Unidos a buscar su futuro. Ese año -el del hombre pisando la luna-, en Manhattan comenzaban a construirse las Torres Gemelas, las más altas del mundo. En 1970, el resto de la familia, su esposa Delia y Sergio, se reunieron con él en su casa de Queens. Poco después, cuando las dos moles estaban en plena construcción, madre e hijo se tomaron una foto delante de ellas.
Fuente: Inforbae.com
Autor: Portal Corrientes